viernes, 30 de marzo de 2007

Ice Haven. La caída (lenta pero sin pausa) del imperio americano


Daniel Clowes: Ice Haven, Mondadori, Col. Reservoir Books, Barcelona, 2006


Una obra de Daniel Clowes, autor del que ya hay traducidas al español bastantes obras, casi todas en Ediciones La Cúpula. La traigo aquí desde el estante porque además de ser una lectura reciente, contiene una de las mejores reflexiones sobre el cómic que he visto últimamente. Hecha, además, en el mismo lenguaje del cómic. Aparece esa reflexión en una de las primeras secuencias que componen la obra, la titulada Harry Naybors, crítico de cómics. Harry nos dice que prefiere el nombre de “cómics” a otros como el hoy tan en boga de “novela gráfica” (que, paradójicamente, aparece en la portada de esta obra, “Una novela gráfica de Daniel Clowes”, se nos dice) o, suponemos, aunque no lo diga, al que le puso Will Eisner de “arte secuencial”. Y, lo que me interesa aquí, es que este crítico en calzoncillos compara a los cómics con la narrativa y el cine y nos dice que lo que da a los cómics su “resistencia como forma vital” es que “mientras que la prosa [de ficción, se supone] tiende hacia la ‘interioridad’, cobra vida en la mente del lector, y el cine gravita hacia la ‘exterioridad’ del espectáculo experiencial, quizá los cómics, al abarcar tanto la interioridad de la palabra escrita como la fisicidad de la imagen, reproducen con mayor rigurosidad la verdadera naturaleza de la conciencia humana y la lucha entre la autodefinición privada y la ‘realidad’ corpórea”. Pues ahí queda esto, que asumo como buen principio teórico ... al menos provisionalmente hasta que encuentre otro mejor. Y por cierto, ahora que se ha estrenado 300, resultará un ejercicio interesante ver cuánta interioridad tenía la obra de Frank Miller y cuánta “fisicidad” ha sabido plasmar el director de la película. A tenor del número de cadáveres y los litros de sangre la fisicidad no debe ser poca. O sea, que los cómics son la mejor solución a uno de los problemas clásicos de la teoría del conocimiento más clásica: la de las relaciones entre lo objetivo y los subjetivo, llevada en este caso al terreno de la estética.

Desde luego, la obra de Daniel Clowes, y esta de Ice Haven especialmente, hace sentir a sus "lectores-veedores" que los cómics son una forma de arte (usando este término sin mayores prevenciones y pasando ahora de cualquier intento de definición) no sólo que “resiste” frente al cine y la literatura sino que supera a muchas obras de esas artes.
Por ese “Remanso de frialdad” o “Refugio de hielo” que
es la ciudad de Ice Haven vemos desfilar, con sus particulares angustias vitales, una galería de personajes de toda edad y condición retratados con tanta ternura como crueldad. Random Wilder el frustrado narrador incapaz de ponerse a producir nada, porque siempre hay unas chuletas o una serie de TV que se lo impide (o las dos cosas a la vez). Unos tristísimos niños, quizás víctimas de un mundo incomprensible para ellos o a lo mejor demasiado bien comprendido; la joven Violet, con sus amores sus desamores y sus miedos ... y muchos otros, todos con historias vertebradas en torno a la desaparición de uno de aquéllos niños, el retraído, casi autista, David Goldberg, que recuerda -otra vez el miedo, esta vez colectivo- la de Bobby Frank, asesinado -realmente- por Leopold y Loeb en 1923. Un matrimonio de detectives, Mr. y Mrs. Ames, llegan también a este escenario a pasear su amargura (y entrevistar, de paso, a nuestro crítico de cómics). Clowes disecciona la condición humana y nos muestra, siempre sutilmente, un mundo de pérdidas y desesperanzas. Nuestra mirada se pasea por escenas que a veces recuerdan algunas de las obras de Edward Hooper, y que, obviamente, están en los antípodas de los felices retratos de sociedad que nos dejó Norman Rockwell. Aquí ni siquiera el mundo de los niños guarda un resquicio de felicidad. El pequeño David Goldberg, al final de la obra, reniega de una de las series que en los años 50 simbolizaba en los EE.UU. ese “optimismo Rockwellliano”: The Honeymooners, protagonizada por esos “Norton y Kramden”.
Daniel Clowes transmite esta especie de visión profundamente melancólica y levemente irónica no sólo con palabras -y silencios- sino con un magistral uso de la composición de viñetas y de manejo del color que induce una tremenda sensación de vacío y ausencia de horizontes vitales. Un manejo del color que recuerda el de otros autores americanos, como el muy irónico Jimmy Corrigan de Chris Ware o el tremendo Madre vuelve a casa de Paul Hornschemeier.

En definitiva, una magnífica obra de Daniel Clowes, que casi al final tiene un curioso guiño autorreferencial (uno de los pocos toques de humor con que nos obsequia el autor, en otras de sus obras mucho más “simpático”) y que cualquier curioso lector de cómics no puede dejar pasar. Aunque tampoco deberían hacerlo los más “interioristas” degustadores de prosa o los más “exterioristas” aficionados al cine.


jueves, 29 de marzo de 2007

Ya empezamos

Aunque me ha costado decidirme, empiezo a colocar aquí los comentarios y las imágenes que las lecturas de algunos cómics me vayan sugiriendo. Sin afanes académicos o eruditos. Ni siquiera el orden de publicación de los comentarios responderá a la cronología de las publicaciones. Iré colocando comentarios de los cómics que vaya leyendo, de los que vaya comprando y de los que rescate de algunas cajas del trastero.