Guión: Jonathan Hickman
Dibujo: Nick Pitarra
Planeta de Agostini Cómics. Abril 2013
El proyecto Manhattan es el nombre con el que se conoce el programa para fabricar la bomba atómica de los EE.UU. Dicho programa tuvo éxito, si por ello entendemos las dos bombas que los USA arrojaron sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945. Pero Hickman nos cuenta que, en realidad, no hubo un solo Proyecto Manhattan, ni el de la bomba atómica era el más importante de los varios que había. Por las páginas de este cómic, estupendamente dibujado por Nick Pitarra, vemos desfilar a los protagonistas de la historia, pero digamos que un tanto cambiados ... o quizás no, dada la concepción de la historia de Hickman. El general Groves es un cachas que fuma puros compulsivamente y que no se lo piensa mucho a la hora de apretar el gatillo, siempre por el bien de la ciencia. Albert Einstein (cuya participación real en el proyecto fue tangencial) aparece aquí contemplando una especie de monolito como el de 2001 Odisea del espacio, que resulta ser una puerta espacio temporal. Eso en el tiempo que le deja la bebida, que es una de sus principales ocupaciones. Enrico Fermi tiene todo el aspecto de un duendecillo de orejas puntiagudas o un vulcaniano, no sé. Harry Daghlian, uno de los fallecidos por radiación durante el proyecto, aparece aquí como un extraño ser que vivirá tanto como el uranio que acabó con su existencia, eso sí, en un formato poco agradable. Y el joven Richard Feynman (del que aparecen algunas “citas” al comienzo de cada capítulo) es aquí poco menos que un avezado chico de los recados. Pero con el que la retorcida mente de Hickman lo ha bordado es con el que fuera responsable científico del proyecto, Robert Oppenheimer. Porque resulta que Oppenheimer tuvo un hermano gemelo. Mientras que Robert se inclinaba por la física su gemelo tendía a la biología. Y además, al asesinato y el canibalismo. Comía para comprender y asumir al otro. Así que terminó zampándose a Robert Oppenheimer y usurpando (nunca mejor dicho) su personalidad. O sea, que el que participa en los proyectos Manhattan no es Robert Oppenheimer sino su gemelo canibal. Con este planteamiento no es de extrañar que aparezcan robots japoneses construidos por Soichiro Honda y la cosa acabe con una bronca con unos desagradables alienígenas. Irónico, trepidante y adictivo, es un cómic que además plantea las difusas fronteras entre la ciencia y el mal. ¿Qué nos deparará el siguiente?
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